jueves, 19 de agosto de 2010

Infancia en Xaltocan y Primer Sacrifico

"Muchas veces me despertó el reclamo del Pájaro Tempranero, Papan, gritando sus cuatro notas: «¡Papaquiqui!, ¡pa-paquiquü», invitando al mundo a «¡elevarse, cantar, danzar, ser feliz!» Otras veces me despertaba un sonido todavía más temprano; era mi madre moliendo el maíz en el métlatl de piedra, torteando y dando forma a la masa del maíz, para luego convertirla en los grandes panes delgados y redondos, los deliciosos tlaxcali, que ustedes conocen por tortillas."

"Sin ningún esfuerzo, sin ninguna dificultad, recuerdo los mediodías calientes, cuando Tonatíu el sol blandía fieramente, con todo su primitivo vigor, sus flameantes lanzas mientras se levantaba y estampaba sobre el techo del universo. Este es mi más antiguo recuerdo; no tendría más de dos años y todavía no había en mí ningún sentido de la "distancia, el día y el mundo a mi alrededor eran jadeantes y sólo quería tocar algo fresco. Todavía recuerdo mi infantil sorpresa cuando al estirar el brazo hacia afuera no pude sentir el azul del bosque de la montaña que se veía enfrente de mí tan cerca y claramente."

"Sin ningún esfuerzo, recuerdo también el terminar de los días, cuando Tonatíu se cubría con su manto de brillantes plumas para adormecerse, dejándose caer sobre su blanda cama de pétalos coloreados y sumergirse en el sueño. Él se había ido de nuestro lado, hacia Mictlan, el Lugar de la Oscuridad. De los cuatro mundos adonde iríamos a habitar después de nuestra muerte, Mictlan era el más profundo; era la morada de la muerte total e irredimible, el lugar en donde nada pasa, jamás ha pasado y jamás pasará."

"Tendría tres o cuatro años de edad, cuando una noche mi padre me cargó sobre sus hombros y sus manos sostuvieron fuertemente mis tobillos. Sus grandes zancadas me llevaron de una fresca claridad a una oscuridad todavía más fresca."

"Para entonces, era lo suficientemente mayor como para haber oído hablar de las terribles asechanzas que nos aguardan en la oscuridad de la noche, ocultas a la visión de cualquier persona. Allí estaba Chocacíhuatl, La Llorona, la primera de todas las madres que murió al dar a luz; por siempre vagando, por siempre lamentando la muerte de su hijo y la pérdida de su propia vida."

"Estaba el dios Yoali Ehécatl, Viento de la Noche, que soplaba fuertemente a lo largo de los caminos nocturnos, intentando agarrar a cualquier hombre incauto que caminara en la oscuridad. Sin embargo, Viento de la Noche era tan caprichoso como cualquier otro viento. A veces agarraba a alguien y luego lo dejaba libre, y cuando esto pasaba, a la persona se le concedía incluso algún deseo que ansiara su corazón y una vida larga para gozarlo. Así es que, con la esperanza de tener al dios siempre en ese indulgente estado de ánimo, hace mucho tiempo nuestra gente construyó bancos de piedra en varias de las encrucijadas de la isla, en donde Viento de la Noche pudiera descansar de sus ímpetus."

"Sin esfuerzo recuerdo esa noche, porque por primera vez se me permitió presenciar la ceremonia de un sacrificio humano. Era un rito menor, un homenaje a una deidad muy pequeña: Atlaua, el dios de los cazadores de aves. Así es que en esa noche de luna llena, al principio de la temporada de caza de aves acuáticas, solamente un xochimiqui, un hombre solamente, sería ritualmente sacrificado para la grandeza de la gloria del dios Atlaua. Ese hombre era un esclavo de la nación de los chinanteca, situada lejos hacia el sur."
Atlaua, .

"Mi padre y yo llegamos a la orilla del lago, en donde, un poco más allá, habían dos postes gruesos hincados en la arena. La noche que nos rodeaba estaba iluminada con el fuego de las urnas, pero nebulosamente por el humo de los incensarios en donde se quemaba el copali. A través del humo se podía ver bailar a los sacerdotes de Atlaua. Dos de los sacerdotes tocaban la música ritual con flautas fabricadas con huesos de pantorrillas humanas, mientras otro golpeaba un tambor. Éste era un tipo especial de tambor que convenía para la ocasión: una calabaza gigante y vacía por dentro, parcialmente llena de agua, de manera que flotaba medio sumergida en la superficie del lago. Golpeada con huesos del muslo, el tambor de agua producía un rataplán de extrañas resonancias, que hacían eco contra las montañas, ahora invisibles, al otro lado del lago."

"El xochimiqui fue llevado hacia el círculo de luz, en donde se desprendía el humo. Estaba desnudo, no traía ni siquiera el máxtlatl básico que normalmente cubre las caderas y las partes privadas. Un sacerdote ondulaba una flecha en la mano, como lo haría el que dirige un coro de cantantes, mientras entonaba una invocación: «El fluido de la vida de este hombre te lo damos a ti, Atlaua, mezclado con el agua de vida de nuestro amado lago de Xaltocan. Te lo damos a ti, Atlaua, para que tú a cambio te dignes enviarnos tus parvadas de preciosas aves hacia las redes de nuestros cazadores...»"

"Entonces, sin ningún ritual florido, sin ningún aviso, el sacerdote bajó la flecha de repente y la clavó con todas sus fuerzas tirando después hacia arriba, retorciéndola, dentro de los órganos genitales del hombre."

"El sacerdote, con la flecha ensangrentada, marcó una cruz a manera de blanco sobre el pecho del hombre, y todos los sacerdotes empezaron a bailar alrededor de él en círculo, cada uno llevando un arco y muchas flechas. Cada vez que uno de ellos pasaba frente al xochimiqui, clavaba una flecha en el pecho jadeante del hombre. Cuando la danza terminó y todas las flechas fueron usadas, el hombre muerto parecía una especie de animal que nosotros llamamos el pequeño verraco-espín."

"La ceremonia no consistía en mucho más. El cuerpo fue desamarrado de las estacas y sujetado con una cuerda a la parte de atrás de un acali de cazador, que había estado esperando en la arena. El cazador remó en su canoa hacia el centro del lago, fuera del alcance de nuestra vista, remolcando el cadáver hasta que éste se hundió por la acción del agua al penetrar dentro de los orificios naturales y los producidos por las flechas. Así recibió Atlaua su sacrificio."

(Tomado del libro: "El Azteca", de Gary Jennings)

1 comentario:

  1. hola amigo te felicito por la inquietud, no cabe duda que de filosofos y locos todos tenemos un poco, lo importante es manifestar nuestro pensamiento y creatividad. Hace muchos años mientras me encontraba en el exilio me llego este librito(ya sabes por sus pocas hojas de lectura) apartir de ahi me di cuenta que tengo un origen, creo que ya como padres, tenemos la obligación de trasmitir de donde venimos,tanto historicamente como familiarmente.Es importante dada la perdida de nuestra propia raiz,fomentar y preservar nuestra historia. Felicidades, y para quien no ha leido "Azteca" porque esta muy gordo, lean a Cesarín que con sus ensayos (todavia te falta Eh?)les puede evitar la fatiga. saludos

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