"En la primera,
los muchachos aguantábamos rigurosos ejercicios físicos y éramos instruidos en
el tlachtli, juego de pelota, y en los rudimentos del manejo de las
armas de guerra. En la segunda, nosotros y las niñas de nuestra edad recibíamos
alguna instrucción un poco superficial acerca de la historia de nuestra nación
y de otras tierras; una educación algo intensiva sobre la naturaleza de
nuestros dioses y los numerosos festivales dedicados a ellos, como también se
nos instruía en las artes del canto ritual, la danza y la ejecución de
instrumentos musicales para la celebración de todas esas ceremonias religiosas."
"Tengo que confesar que yo no me
distinguí en lo más mínimo en ninguna de las dos Casas, ni en la de Modales, ni
en la de Fuerza."
"Empezaba a
sentir que no poseía ninguna identidad, o que tenía tantas que no sabía cuál
escoger para mí. En casa había sido Mixtli, la Nube; para el resto de Xaltocan había
sido conocido generalmente como Tozani, el Topo; en la Casa del Aprendizaje de
Modales, era Malinqui, el Torcido, y en la Casa del Desarrollo de la Fuerza,
pronto llegué a ser Poyaútla, Perdido en Niebla."
"Para mi buena
fortuna no tenía ninguna deficiencia muscular, como la tenía en la música, pues
había heredado de mi padre su estatura y solidez. Cuando tenía catorce años era
más alto que mis compañeros dos años mayores que yo. Supongo que un hombre tan
ciego como una piedra podría hacer los ejercicios de estirar, brincar, levantar
pesas e incluso encontrar los dedos de sus propios pies para tocarlos con las manos
sin doblar las rodillas."
"Vinieron los
ejercicios de guerra y la instrucción sobre las armas, bajo la tutela de un
avejentado y cicatrizado quáchic, una «vieja águila», que era el título
que se le daba a aquel cuyo valor ya había sido probado en el campo de batalla.
Su nombre era Extli-Quani, o Glotón de Sangre, y tenía más o menos cincuenta
años."
"«Primero vais a
aprender los gritos de guerra —decía Glotón de Sangre—. En el combate, por
supuesto, estaréis acompañados por los trompeteros de conchas y por el batir de
los tambores de trueno y de los tambores gimientes, pero hay que añadir a éstos
vuestras propias voces gritando por la matanza y el sonido de los puños y armas
golpeando los escudos. Yo sé por experiencia, mis muchachos, que un clamoreo ruidoso
y aplastante puede ser un arma en sí. Puede sacudir la mente de un hombre, convertir
en agua su sangre, debilitar sus tendones e inclusive vaciar su vejiga y sus
tripas. Vosotros tenéis que hacer ese ruido y veréis que tiene un efecto
doble: alentar la propia resolución hacia el combate y atemorizar al enemigo.»"
"Otras naciones
tenían diferentes armas de las de nosotros, los mexica, y algunas de nuestras
unidades de guerreros usaban armas para algunos propósitos en particular e incluso
un individuo podía escoger siempre aquella arma en la que tuviera más habilidad."
"Éstas incluían
la honda de cuero para arrojar rocas, el hacha de piedra despuntada, la
cachiporra pesada cuya bola estaba tachonada de obsidiana dentada, la lanza de
tres puntas hecha de huesos con púas a los extremos para desgarrar la carne, o la
espada formada simplemente con la mandíbula del pez-espada. Sin embargo, las armas
básicas de los mexica eran cuatro."
"Para la primera
escaramuza con el enemigo, a larga distancia, usábamos las flechas y el arco.
Nosotros, los estudiantes, practicábamos mucho tiempo con los arcos y las flechas,
guarnecidas por bolitas de hule suave."
"Para pelear a
una distancia más corta del alcance del arco y la flecha, teníamos la jabalina,
una angosta y afilada hoja de obsidiana montada en un palo corto. Sin plumas, su
exactitud y su poder de penetración dependían en ser lanzada con la mayor
fuerza posible."
"«Por eso la
jabalina no se lanza sin ayuda —dijo Extli-Quani—, sino con este palo atlatl
para aventar. Al principio este método os parecerá incómodo, pero después
de mucha práctica sentiréis el atlatl como lo que en realidad es: una
extensión del propio brazo y un redoblamiento de la propia fuerza. A una
distancia de más o menos treinta pasos largos, se puede guiar la jabalina para
agujerear limpiamente un árbol tan grueso como un hombre. Imaginaos,-muchachos,
lo que pasará cuando la lancéis contra un hombre.» "
"También teníamos
la lanza larga, cuya punta terminaba en una obsidiana ancha y afilada y que se
usaba para arrojar, para punzar, clavar y agujerear al enemigo antes de que
éste estuviera demasiado cerca de uno. "
"Pero para la
inevitable lucha cuerpo a cuerpo usábamos la espada llamada maquáhuitl. Su
nombre sonaba bastante inocentemente, «la madera hambrienta», Pero era una de
las armas más terribles y letales con que contábamos."
"La maquáhuitl
era una estaca plana de la madera más dura, de una longitud equivalente al
brazo de un hombre y la anchura de la mano, y a todo lo largo de sus dos
orillas estaban insertadas agudas hojas de obsidiana. El puño de la espada era
lo suficientemente largo como para permitir que el arma se esgrimiera con una
mano o con ambas, y estaba tallado de tal manera que los dedos del que lo
sostenía se acomodaban con facilidad. Los fragmentos cortantes no estaban
simplemente acuñados dentro de la madera, sino que como la espada dependía
tanto de ellos, se les había agregado magia."
"Las cuchillas de
obsidiana estaban sólidamente pegadas con un líquido encantado hecho de hule y
de la preciosa copali, resina perfumada, mezclada con la sangre fresca donada
por los sacerdotes del dios de la guerra, Huitzilopochtli."
"Siendo tan
brillante como el cristal de cuarzo y tan negra como Mictlan, el mundo de ultratumba,
la obsidiana lucía inicua en la punta de una flecha, de una lanza o en el filo de
una maquáhuitl. Apropiadamente convertida en hojuela, la piedra es tan
afilada que puede cortar sutilmente como lo hace algunas veces una brizna de
pasto o partir tan profundamente como lo hace un hacha. El único defecto de la
piedra es que es muy quebradiza; puede hacerse pedazos contra el escudo o la
espada del oponente. Sin embargo, en las manos de un guerrero experto, el filo
de obsidiana de una maquáhuitl puede acuchillar carne y hueso tan
limpiamente como un matorral de cizaña... y en toda gran guerra, como Glotón de
Sangre nunca dejó de recordarnos, el enemigo no es otra cosa más que cizaña que
debe ser abatida."
"Así como nuestras flechas,
jabalinas y lanzas de práctica eran cubiertas con hule en las puntas, nuestras maquáhuime
de imitación eran inofensivas. Estaban hechas con madera ligera y flexible,
para que la espada se rompiera antes de asestar un golpe demasiado fuerte. En
lugar de los filos de obsidiana, las orillas estaban guarnecidas sólo con
mechones de plumas suaves. Antes de que dos estudiantes libraran un duelo a
espada, el maestro mojaba estas plumas en pintura roja, así es que cada golpe
recibido se registraba tan vividamente como una herida real y la marca duraba
casi tanto tiempo como duraría la de una herida. En muy poco tiempo estuve tan
pintado por estas marcas en cara y cuerpo, que me avergonzaba de verme así en
público. Fue entonces cuando solicité una audiencia privada con nuestro quáchic.
Era un anciano recio, duro como la obsidiana y probablemente sin más
preparación en otra cosa que no fuera la guerra, pero no era un necio estúpido."
Me agaché para
hacer el gesto de besar la tierra y todavía arrodillado dije: «Maestro Glotón
de Sangre, usted ya sabe que mi vista es mala. Siento que usted está
malgastando su tiempo y su paciencia tratando de enseñarme cómo ser un
guerrero. Si estas marcas fueran heridas reales hace mucho que estaría muerto.»
Tomado del libro: "El Azteca" de Gary Jennings.